El
día 12 de enero, antes de ser aparentemente borrado, un tuit enviado
por el activista pro-Renta Básica, Scott Santens incluía, sin
ningún texto explicativo, una foto con un párrafo en el que se
proponía reinventar la seguridad social a través de la Renta Básica
universal.
El
mencionado párrafo corresponde a un artículo publicado el día
anterior en la web británica, de línea neoconservadora,
Conservatives for Liberty.
En el artículo, su autora, Elena Attfield, defiende la propuesta de
la Renta Básica como instrumento clave en una estrategia de
superación del modelo del Estado de Bienestar que habría alcanzado
su “fecha de caducidad”.
Según
Attfield, la nueva forma de seguridad social que representa la Renta
Básica “tiene el potencial para
alinearse con una plataforma para aumentar la libertad y minimizar el
gobierno”. Entre las razones,
menciona sin duda el tradicional problema del estigma asociado en los
países anglosajones a la dependencia del welfare.
Pero insiste, sobre todo, en las cuestiones que forman parte del
bagaje intelectual de los enemigos del Estado del Bienestar: los
desincentivos al empleo y, de manera especial, la insostenibilidad
financiera del sistema tradicional de seguridad social. La Renta
Básica universal “podría ser la
solución a los males del Estado de Bienestar”,
sostiene la autora, insistiendo en que no parece que los experimentos
de aplicación de la Renta Básica hayan mostrado reducción
significativa de los incentivos por el trabajo.
Determinados
modelos de Renta Básica, en especial aquellos que podrían limitar
el coste de la seguridad social del Estado de Bienestar, resultan sin
duda funcionales con la visión neoconservadora de la protección,
heredera en esta materia de las propuestas de Milton Friedman y
Friedrich Hayek (que, al menos, sí contemplaban la existencia de una
garantía mínima de ingresos a la población). Esto tiene que ver
con el nivel de la Renta Básica que se intentaría establecer. Lo
aclara a la perfección Elena Attfield al tratar de explicar por qué
la propuesta sería funcional con el mantenimiento de los incentivos
al empleo: “el nivel de Renta Básica
proporcionada (por cualquier gobierno prudente) no sería ciertamente
nada sustancial para poder vivir de ello. En el Reino Unido, de
implementar una Renta Básica universal que fuera fiscalmente neutra
(es decir, equivalente a lo que se gasta ahora en el welfare), cada
ciudadano recibiría 423 £ por mes”.
Aunque
Attfield dice proponer la Renta Básica como alternativa a estos
problemas, la sujeción a las decisiones del gobierno de turno, o las
políticas de recortes, también podrían acabar afectando a una
Renta Básica que, en última instancia, se perfila en la visión
neoconservadora como la única aportación del Estado para el
Bienestar. Dado que distorsionan el funcionamiento del mercado, la
asunción pública, total o parcial, de los costes asociados de la
vivienda, la energía, el cuidado de niños acabarían
desapareciendo. Aunque no se dice, esto podría acabar extendiéndose
a largo plazo a la educación y a la sanidad públicas. Y, por
supuesto, en el modelo neoconservador de Renta Básica, carecería de
sentido cualquier propuesta de salario mínimo o incluso de
complemento a los bajos salarios.
En
última instancia, lo que verdaderamente esperan los neoconservadores
de la Renta Básica es que acabe “por
costar menos al contribuyente, o por sustituir al Estado de
Bienestar” y a su sistema de
seguridad social.
Llevada
por la visión de la nueva sociedad, que supondría un renacimiento
de la acción directa de la sociedad civil, Attfield llega al éxtasis
al pensar en todo aquello que su Renta Básica podría llegar
revertir: “¿Qué más podría un
libertariano pedir: libertad individual y renacimiento de
voluntariado?”, afirma. Pero hay algo
más y lo señala a continuación: reducir el papel del gobierno en
su papel en la redistribución de los ingresos. El objetivo buscado
es “cortar el lazo del gobierno con
las finanzas personales del individuo”.
Como
he venido advirtiendo en los últimos tiempos, el experimento de
Renta Básica propuesto en Finlandia tiene que ver, en parte al
menos, con la concepción ideológica que inspira a Attfield y cuya
traducción práctica es liquidar el Estado de Bienestar, tal y como
lo conocemos. Evidentemente, no para consolidar mayores niveles de
protección, simplemente aquellos que puedan resultar funcionales con
la libertad económica y el gobierno mínimo. En su interpretación
de la justificación de la propuesta por Juha Sipilä, primer
ministro finlandés y líder del Partido del Centro, Attfield señala
que la Renta Básica ofrece posibles soluciones tanto “a
la superflua burocracia como a las trampas de la pobreza causadas en
la actualidad por el Estado de Bienestar”.
No vale cualquier acusación contra los sistemas
de rentas mínimas condicionados; y tampoco merece apoyo
incondicional cualquier tipo de Renta Básica. Hay algunas propuestas
para implantarla que no sólo merecen críticas parciales sino un
rechazo absoluto. La que pretende sustituir todo el entramado del
Estado de Bienestar por una Renta Básica, de cuantía “nada
sustancial” para sobrevivir sin otras
fuentes de ingresos, es una de ellas. Por desgracia, este este modelo
de Renta Básica parecer ser el que está contribuyendo a acercar a
la derecha tradicional y algún tipo de nueva izquierda al objetivo
de acabar con la seguridad social tradicional.
Luis Sanzo